Un día, sin esperarlo pero deseándolo toda mi vida, recibí la llamada de una amiga gracias a la cual inicié el proceso de fertilización in vitro que me permitió convertirme en padre.
La crianza compartida ha sido todo un aprendizaje para mí y la madre de la niña, que comenzamos siendo dos extraños. Nuestra bebé tiene un año y cuatro meses y es la razón de nuestras vidas. Ella siempre sabrá que papá vive aquí y mamá vive allá.
Su madre y yo estamos conscientes del reto que esto representa y de la madurez e inteligencia emocional con la que hay que manejarlo, pero aquí vamos y creo que nos está yendo súper bien. Estoy a la orden para ofrecerles mis consejos y contar mi experiencia.